Terminó el Sínodo extraordinario de la Familia, convocado por el papa Francisco y que tantas esperanzas había despertado en el sector más progresista de la Iglesia católica, también por lo que al tratamiento de la realidad LGTB se refiere. Una primera lectura obliga a considerar su resultado decepcionante, sobre todo teniendo en cuenta las expectativas generadas tras los primeros días de discusión. No faltan sin embargo los que ven la botella “medio llena”. Y es que, tras décadas de ser considerado un tema tabú, por primera vez las altas esferas de la Iglesia han hablado de la realidad homosexual en el contexto de una discusión sobre la familia, y no para limitarse a condenarla sin más. Si son los primeros indicios de un futuro proceso inclusivo o una simple operación de imagen solo el tiempo lo dirá. A día de hoy, lo que impera es un sentimiento de decepción.
Lo que no puede negarse es que respecto a otros eventos de la Iglesia este Sínodo se ha caracterizado por su relativa transparencia. Por voluntad expresa del papa, el resultado de las votaciones sobre cada uno de los puntos del documento final, la denominada “Relatio Synodi“, ha sido hecho público. Ello ha permitido hacerse una idea de cual es el equilibrio de fuerzas en el seno de la jerarquía católica y visualizar los temas más divisivos. Y es que, si en el pasado solo formaban parte del documento final aquellos puntos que obtenían mayoría de dos tercios de los participantes en el Sínodo, en esta ocasión se han incluido también en el texto aquellos puntos aprobados por mayoría inferior a los dos tercios.
Ello ha permitido que forme parte del documento final, por ejemplo, el punto 52, que propone estudiar un “camino penitencial” para que los divorciados casados en segundas nupcias por lo civil puedan recibir los sacramentos, y que ha sido el que más resistencia ha encontrado: 104 votos a favor frente a 74 en contra. Por lo que se refiere a los dos puntos referidos a la homosexualidad, el número 55 ha quedado perfectamente encuadrado en la doctrina oficial de la Iglesia, al afirmar que “los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza” y que se “evitará cualquier marca de discriminación injusta”. Ese mismo punto insiste también en que “no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el diseño de Dios sobre el matrimonio y la familia”. Pese a la ortodoxo del texto, 62 obispos votaron en contra, frente a los 112 que votaron a favor: de haber requerido dos tercios, ni siquiera un texto tan ajustado hubiera sido aprobado.
Mucho más acuerdo (159 votos a favor y solo 21 en contra) generó el otro punto referido a la homosexualidad, el 56, según el cual resultan “del todo inaceptables” las “presiones” a la Iglesia en favor del matrimonio igualitario, o que “los organismos internacionales condicionen las ayudas a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo”. Deleznable muestra de hipocresía por parte de los participantes en el Sínodo, en tanto hasta la fecha ningún organismo internacional ha condicionado la ayuda a los países pobres a que estos legislen el matrimonio igualitario (en todo caso, y de forma más bien tímida, se ha hecho como medida de presión contra legislaciones que endurecen el castigo penal a la homosexualidad, sobre las que el Sínodo se ha abstenido por cierto de hacer reproches explícitos).
Marcha atrás respecto a las propias discusiones del Sínodo
El resultado final del Sínodo, al menos en lo que a su concreción documental se refiere, queda finalmente muy lejos de lo que hace solo unos días conocíamos a través de la “Relatio post disceptationem”, el documento que hacía una síntesis de las discusiones que estaban teniendo lugar, en la que se llegaba a afirmar (punto 50) que las personas homosexuales “tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana” e incluso se atisbaba un posible camino hacia el reconocimiento de las parejas del mismo sexo al afirmar (punto 52) que “hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas” y que el asunto requería “una reflexión seria sobre cómo elaborar caminos realistas de crecimiento afectivo y de madurez humana y evangélica integrando la dimensión sexual”. Ese mismo punto también afirmaba que “la Iglesia tiene atención especial hacia los niños que viven con parejas del mismo sexo, reiterando que en primer lugar se deben poner siempre las exigencias y derechos de los pequeños”.
Por lo que se refiere al matrimonio igualitario, aquel documento se limitaba a afirmar (punto 51) que “las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer” pero se abstenía de contraponerlas al “diseño de Dios”.
En definitiva, grandes expectativas que al final han dado paso a más de lo mismo. Buena muestra de ello es la satisfacción que mostraba el presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, Stanisław Gądecki, encuadrado en el bloque más conservador, tras el giro radical de los textos referidos a la homosexualidad, frente a por ejemplo la decepción que abiertamente reconocía sentir el obispo de Amberes, Johan Bonny, que hace poco más de un mes reclamaba en una carta abierta una mayor apertura a las personas homosexuales, o el arzobispo católico de Westminster y presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, Vincent Nichols, según el cual el documento aprobado no ha llegado todo lo lejos que hubiera sido deseable.
SÍNODO DE LA FAMILIA RECUPERA LA MÁS ESTRICTA ORTODOXIA EN CONTRA DE LA HOMOSEXUALIDAD
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